martes, 13 de agosto de 2013

APÉNDICE II

La nieve aventurera


ÉRASE QUE SE ERA, y aún es, y será por muchos años, una altísima montaña, cuyas faldas adornaban varios pueblos muy bonitos. Sus habitantes la llamaban cariñosamente, Abuela. Y en verdad que una abuela parecía la montaña, pues la nieve de su cumbre semejaba la blanca cabellera de una anciana.
“¡Qué hermosa se ve la abuela con sus nevadas canas! –exclamaban los lugareños al mirar su blanquísimo pico. Hasta el sol gozaba viendo como brillaban sus rayos con más intensidad al tocar las plateadas alturas.

Quien no estaba contenta era la nieve misma. Se quejaba de su suerte. “Que vida tan aburrida” –se decía. `Siempre aquí helada y sola. Oh!, quién pudiera dejar estas alturas, bajar a corretear a las llanuras, hablar con las gentes de abajo. Desde aquí solo puedo mirarlas lejanas... Es cierto que, a veces, una que otra llega hasta mí. Pero, tan cansadas y presurosas por dejarme que ni una palabra logro cruzar con ellas”.
Diariamente rogaba: “Montaña, madre Montaña, mucho te quiero. Pero, es mi deseo conocer el mundo. Déjame descender hasta tus faldas e ir más allá. El horizonte es amplio, tan amplio que oculta al padre Sol todos los días” ... “Sol, padre Sol. Grande es mi contento al reflejar tus rayos. Tiñen ellos mi blancura de amarillo o de rojo. Por ellos visto de oro o encarnado es mi traje... Pero, desconozco el mundo que iluminas. ¿Qué hay más allá del horizonte donde te retiras a descansar todas las tardes diciéndonos adioses de todos los colores?... Padres míos, denme permiso. Debo recorrer la tierra, ir hacia la lejanía para hacer mi camino.

Toda una mañana conversaron el Sol y la Montaña y acordaron finalmente acceder a los justos ruegos de la nieve. Dijo el Sol: “Todos debemos hacer nuestro camino. Es propio dar permiso a la nieve para que salga a buscar su destino por el mundo”. Agregó la Montaña: “Comparto tu opinión. Hágase su voluntad y cúmplase su deseo. Sólo quiero que atiendas algo. Amo entrañablemente a las personas que habitan en los pueblos de mis faldas. Si liberases toda la nieve de mi cumbre se formaría una inmensa avalancha de lodo y de piedras que los destruiría”.
Asintió el Sol, ante las atinadas palabras de la Montaña: “Tienes toda la razón. Y no en vano te llaman Abuela los lugareños. Yo he pensado en esto también. Creo que la nieve aceptará irse un poquito este verano  y otro poquitín el próximo, y así, hasta que mi calor haya derretido toda la nieve con ganas de correr aventuras” . Quedó así concertada la liberación de la nieve. Y, en el rojo atardecer de aquel mismo día, el Sol le fue comunicando la buena nueva de mil colores: “La montaña y yo hemos atendido tu justo anhelo. Serás liberada poco a poco de verano en verano, hasta que toda tú se encuentre haciendo su camino por el mundo.” Y con estas palabras se hundió en el horizonte, no sin antes hacer una amable y respetuosa venia a la luna y a las estrellas que llegaban a adornar el negro manto de la noche.

Emocionada por la noticia la nieve no sabía que hacer. “Lo logre! –gritó llena de júbilo a las nieves eternas de la parte más  elevada de la montaña “siempre tan quietas y serenas”. La forma como éstas la miraron la dejó sorprendida. No pudo entender en ello ni un reproche, ni una aceptación. Su juvenil vehemencia se atrevió a reclamarles: “¿no se alegran de mi próximo viaje?” … Las nieves eternas calmadamente le contestaron: “En ti miramos, en este momento, nuestra juventud. Por ti recordamos, en este momento, haber sentido una emoción igual.” Quedó intrigada la joven nieve de esta respuesta: “¿También las nieves eternas habían viajado alguna vez?”. Pero la excitación no la dejó continuar con el pensamiento. Prefirió hablarle a la Luna: “Te contaré- le decía- te contaré, luna amiga. Hoy padre Sol y madre Montaña han acordado dejarme ir poco a poco de verano en verano, hasta que toda yo salga por el mundo y haga mi camino”. Sonrió la Luna, y haciéndose la que acababa de enterarse, comentó alegremente a las estrellas: “¿Oyeron compañeras?”. Las estrellas que habían escuchado gritaron: “¡Sí!” y aplaudieron: “Bravo, bravo, felicidades!”. Armaron un alboroto tal que la buena Montaña tuvo que llamarles la atención y recordarles que las horas de la noche eran dedicadas al descanso, bien merecido por cierto, por las trabajadoras gentes de los pueblos que protegía.
La nieve pidió disculpas por todos: “Perdona, madre Montaña, pero estoy tan contenta por lo que tú y padre Sol han decidido sobre mi petición … es tan hermoso …” Y bostezó …Estaba muy cansado de tanta agitación!
La Montaña miró a la Luna y la luna a las estrellas, las estrellas hicieron un guiño a las nieves eternas y entre todas comenzaron a arrullarla hasta que se durmió profundamente:

Nieve de las alturas, silencio helado
líquida y bulliciosa te has de volver
cuando llegue el verano y desciendas cálida
 por el limpio camino de tu destino.

Y así fue. Un amanecer de verano, padre Sol derritió con su intenso calor algo de la nieve y ésta se comenzó a escurrir por las laderas haciendo estrecho sendero de plateados hilos que en breve se transformaron en saltarín arroyuelo. Al principio se deslizaba suavemente, luego la velocidad fue aumentando con su alegría. Bullanguera cantaba mientras descendía cada vez más aprisa:

Nieve soy de las alturas
liberada en el verano,
transformada en arroyuelo
saltarín por las laderas.

Y de piedra en piedra iba riendo por las pendientes y rielando los rayos del sol. ¡Tan contenta y juguetona!

Las piedras al sentirse lavadas por el agua nueva le preguntaron sonriente y cosquillosas:

¿Arroyuelo cantarino
presuroso y peregrino
de dónde vienes
y adónde vas?

Sin dejar de reír y cantar, el arroyuelo les contestó:

Nieve fui de las alturas
liberada en el verano;
transformada en arroyuelo
saltarín por las laderas.
hago el sendero
de mi destino.
¿Pueden decirme,
ustedes, cuál es?

Rieron las piedras y a coro cantaron:

Tu destino ya encontraste:
De piedra en piedra saltar.
De piedra en piedra cantar
Arroyuelo peregrino,
Cumpliste ya tu destino.

Pero esto último no lo alcanzó a escuchar el arroyo porque, sin poderse contener, bajaba aceleradamente las cuestas por entre nuevas piedras, repitiendo su canción:

Nieve fui de las alturas
liberada en el verano;
transformada en arroyuelo
saltarín por las laderas.
Cantarín entre las piedras
Cumpliendo voy mi destino.

Un cansado jinete detuvo su cabalgadura y le pidió un poco de agua para calmar su sed … El arroyuelo se la ofreció generoso mientras meditaba: “¿Es también éste mi destino?”.
El viajero tomó como una caricia el agua cristalina del arroyo. Este aprovechó el momento en que la bebía para decirle: “Bebe toda el agua que quieras. Pero, respóndeme viajero, ¿Es mi destino darte de beber?...”
“Así es, agua buena. ¿Qué fuera del viajero sin tu frescura?  Ni él ni su cabalgadura podrían aplacar la sed”.
“¿Y qué es la sed? – interrogó el arroyo.
Ah – continuó el viajero – sed es tener un ansia infinita de beberte … Como las mías, multitud de manos y bocas te esperan anhelantes para calmar su sed …Serás bienvenida doquiera que llegues… Todos te agradecerán como yo”…

Mientras el viajero se alejaba pudo oír al arroyo cantar:

Nieve fui de las alturas
liberada en el verano;
transformada en arroyuelo
saltarín por las laderas,
cantarín entre las piedras
Si un viajero tiene sed
Yo su sed aplacaré;
Y él seguirá su camino
Cumpliendo yo mi destino.

Y en tanto que cantaba, crecía. Y convertido en un hermoso riachuelo de espejeantes aguas llegó a las faldas de la Abuela.
Tal como el viajero le dijo una hermosa fiesta campesina le dio la bienvenida. Le dedicaron melodiosas canciones que lo trataban como a un padre venturoso y bienhechor. Ya era el río.
“ Fue bueno descender para enterarme de lo mucho que me quieren” – Reflexionaba, mientras veía reflejarse en su sereno caudal los rostros sanos y robustos de los labradores, las caras pícaras de los pastorcitos. Se agitaba en mil gotitas luminosas cuando una manita recogía un poco de sus aguas para lanzársela a sus amiguitos o cuando unos lindos pies de doncella pataleaban en su superficie haciéndolo subir y bajar que era un contento.
Lo que más lo admiraba era haber crecido tanto que podía muy bien reflejar gran parte de la madre Montaña y, sin embargo, aún ni se acercaba al horizonte. No sabía decir si veía menos o si veía más. Ya no contemplaba el amplio panorama que desde las alturas se veía pero estaba más cerca de los hombres, siempre tan laboriosos y distintos.
Le halagaba muchísimo que, en todos los pueblos, ancianos, jóvenes y niños siempre fueran a visitarlo. Sea para llevar agua para sus comidas, sea para lavar sus vestidos, sea para bañarse, todos acudían donde él. Terminó por parecerle que nada podía hacerse sin su ayuda.

Nunca pudo saber cuando llegó el primero. Un amanecer se encontró lleno de ellos. Era un hervor palpitante y juguetón, que se deslizaba de pronto, entre nervioso y curioso. Fueron los primeros en decirle lo que entonces nunca había oído: “¡Eres la vida¡”…Recordó así que él estaba haciendo su camino y que hacia algún tiempo, entre fiestas y juegos no pensaba ya en su destino.
Al principio había creído que sólo las piedras lo esperaban; pero el viajero, las fiestas de los lugareños, su entrega diaria y ahora los  peces, le hicieron comprender que era algo mucho más valioso . Ahora ya no saltaba en las piedras si no que las arrastraba a su paso. Y cada vez que llovía aumentaba su caudal. El viento le traía voces que le preguntaban:

Río grande protector
que te brindas con amor,
de dó vienes bullicioso
y adónde vas venturoso?

Y el gran río respondía con sonoro canto: 

Nieve fue de las alturas
liberada en el verano;
transformada en arroyuelo
saltarín por las laderas
cantarín entre las piedras.
De todos calmó la sed
Y mi sed la lluvia calma
Soy fuente de la alegría
mi regalo es verde manto
soy la vida, soy el día
y anchuroso es el camino
que recorre mi destino. 

Pero, su propio canto no bastaba para describir todo lo que hacía.
Las plantas, los animales del valle lo interrogaban:

¿Río, padre bienhechor
que nos cuidas con amor
de dó vienes bullicioso
y  adónde vas venturoso? 

Y el río los incluía en su canto como parte de su destino.

Pidiéronle las gentes del valle: “Danos de beber a los que vivimos lejos de tus orillas. Tú vas por un solo camino y no podemos venir de todos lados adonde estás tú. Abre tus brazos, padre, y llega hasta nosotros”
Generoso se extendió en cientos de brazos que lo llevaban dadivoso hasta las sementeras. ¡Cómo bebían sus aguas las semillas, las hierbas. Los robustos árboles lo saludaban jubilosos. ¡Qué orgulloso se sentía!
Ya era un río tan amplio  que el sol se miraba en sus aguas; y la luna, en las noches, también. Hasta él llegaban los tristes en busca de consuelo y los alegres a reír. Supo del sublime placer de hacer germinar una semilla, de la lucha infinita de subir por un leñoso tronco de viejo árbol y adornado con verdes hojitas y coloridas flores. Tan poderoso él, supo ser delicado rocío matutino desperdigado por todo el valle. Supo del amor retozón gozado en sus orillas y también de las lágrimas de las doncellas abandonadas… Decía solemne: “La vida doy, la vida soy. Dar vida y alegría es mi destino.” Sin embargo, como viera volar a las palomas, muy inquieto exclamó: “¡Quién tuviera destino de paloma!” . Y las palomas que lo escucharon le respondieron a coro: “Tendrán destino de paloma, algún día!...

Pero, antes de cumplir su destino de paloma, la lluvia vino a traerle una gran tristeza. Se descargó sobre él hasta hacerlo  crecer incontenible. Su pacífico y limitado lecho comenzó a ensancharse, a ensancharse hasta que se desbordó furioso. Abandonó su cauce con ciega violencia y semillas, hierbas y árboles que había alimentado con tanto amor morían ahogadas por sus torrentosas aguas. Ya no era más la vida, era la muerte.
El río de la muerte arrasó pueblos. Ya no era el venturoso. Todos lo maldecían. Convirtió en negro lodo el verde manto de los campos. Acostumbrado a la algarabía de las bodas y los bautizos campesinos, escuchaba angustiado el gemir de los velorios, el silencio fúnebre de los entierros, El, que había sentido un día el regocijo del hormigueante cosquilleo de los peces, ahora sentía la honda pena de reflotar cadáveres de hombres y animales entre flores marchitas. Tanta era la tristeza que había provocado que hasta el mismo sol desfalleció. A sus débiles rayos envió su protesta:
¿Por qué me liberaron para traer la muerte?
Y el sol le respondió:
- Es de vida y de muerte tu camino. Tú también morirás.
- ¿Yo también moriré?... Déjame, entonces, padre Sol, volver a la Montaña!” … Gritó el río, mientras todas sus aguas desbordadas volvían a su cauce. “Me quedaré para ayudar a la reconstrucción” – se dijo. Pero no pudo cumplir sus deseos . Lo normal para el río es alejarse. Continuar su trayecto. Despedirse aún cuando deje penas y tristezas.

De pronto tuvo la incómoda sensación de que ya no avanzaba. Y era cierto. Los hombres lo habían empozado. “Me han apresado, seguro, por las muertes que he provocado”- pensó. Pero, al rato, se dio cuenta que no era así. Lo dejaron salir por muchísimos, innumerables tubos de diferentes tamaños que iban angostando sus brazos y sumiéndolo en la total oscuridad, privado de la luz: “¿Llegó mi muerte? – se interrogó. Quiso avanzar más y algo lo contuvo. Cuando pudo hacerlo al fin, se encontró en las casas de los hombres de la ciudad. Al salir por sus caños lo recibían con beneplácito; pero esto en nada se asemejaba a la algarabía campesina.

En las casa de los hombres de la ciudad aprendió a ser usada y arrojada. Cloacas sucias, la llevaban podrida y malsana. Resignada a su oscuridad infestada de ratas. Enferma, despreciada, maloliente, sin ánimos, creyó que todo había terminado… Entró en un sopor morboso del cual no esperó ya salir. Sin embargo, salió. Cuando pudo contemplarse nuevamente a la luz del sol sintió vergüenza. Su antiguo cristal se había convertido en un lodazal espeso entre negro y blancuzco, de andar lento y avejentado.
A sus orillas no llegaban ya enamorados, ni robustos campesinos, ni jugaban en sus aguas alegres pilluelos. Lo único que miraba eran casas grises, casi en ruinas. Como cuando él destruyó las hermosas casitas de los campesinos. Alguna vez le pareció verlos asomar de estas casuchas miserables, macilentos, pálidos, sin brillo en los ojos, enfermos como él. ¿Qué río torrentoso había provocado allí tal destrucción?... Ya no tenía voz ni optimismo para entonar su antigua canción. Comenzó a comprender el silencio de las nieves eternas el día de su partida, le habían dicho que ellas también habían viajado. ¿Cómo hicieron para volver? “Ah –exclamó- si pudiera volver a la Montaña!”

Una noche le pareció sentir una brisa diferente fresca y salina …Con las primera luces del amanecer comenzó a vivir la más extraña experiencia nunca sentida. Todo el camino hecho se le acababa e iba penetrando paulatinamente en una llanura de aguas sin fin que la hicieron sentirse pequeñita. En los primeros instantes esta sensación la incomodó, pero conforme penetraba más y más comenzó a sentirse liberada. ¡No, no se trataba de los grandes pozos de los hombres! Este era tan grande!... Tímidamente se atrevió a decir en voz alta: “¿Dónde estoy?”… Acariciantes brisas que le recordaron su antigua frescura,  le susurraron: “Has llegado al mar”. Tanto crecer y brindarse durante toda su vida para saber que su destino era llegar al mar. Continuaron las brisas: “Pero, el mar no es destino. Porque el mar es el final. Destino no es final. Destino es el camino”…”Es destino todo lo vivido”.

Suavemente los vientos y el sol la impulsaron a las alturas. “Tendrás destino de paloma, algún día”. –le habían dicho. Y no la engañaron. Como ellas era blanca la nube que formó. Volando al soplo de los vientos pudo ver desde arriba las casas de los hombres de las ciudades, sus barcos navegando por el mar, sus trenes y carreteras por los campos. Aprendió de esta forma la lección final. Los caminos son muchos y hay múltiples maneras de recorrerlos. Hasta ella llegaban los aviones de los hombres…¿Cuánto extrañaba, no obstante, la tranquila placidez y el colorido de la añorada Abuela, de la Madre Montaña
¿Cuánto tiempo hacía que no cantaba? Serenamente se dejaba llevar. “Pero sería hermoso retornar” decía con callada voz.

Quiso un agitado viento cómplice ayudarla en este último deseo y raudamente la devolvió a cielos conocidos. Emocionada temió seguir de largo. Mas tuvo la suerte de chocar con la apuntada cumbre de la Abuela, en el mismo lugar de las nieves eternas, y con ellas se quedó. Llegó justo en el momento que una nieve joven les gritaba con su voz cargada de vehemencia: “¡Lo logré!”. La recién llegada a la eterna cima la miró y recordó su agitado vivir pero nada dijo,. La joven nieve aventurera les lanzó el reproche tantas veces repetido: “¿No se alegran de mi próximo viaje? … Sumó entonces su voz al coro de las nieves eternas “En ti miramos, en este momento, nuestra juventud, Por ti sentimos, en este momento, el recuerdo de una emoción igual”. Entretenida en charlar con la luna la joven nieve no alcanzó a oír las frases finales llenas de profundo y sabio amor: “Pensamos en las alegrías y dolores del agitado vivir, razones principales por las que una vida merece ser vivida”…
Más tarde, cuando cansada por tanta agitación la joven nieve se durmió, arrullaron su sueño poblado de los sueños por vivir.

Nieve de las alturas, silencio helado
líquida y bulliciosa te has de volver
cuando desciendas cálida en el verano
por el arduo camino que va a tu ser. 

Era el canto de la sed de vivir que nunca se apagará.

Ernesto Ráez Mendiola

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