lunes, 12 de agosto de 2013

APÉNDICE I

Floresta de Cuentos para Niños

La Casita Bonita

Un campesino llevaba tinajas en un carro, y una de ellas se cayó en el camino.
Llegó volando la mosquita golosita y preguntó:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
Vió que no había nadie allí, se metió dentro de la tinaja y se quedó a vivir en ella.

Llegó volando el mosquito picadorcito y preguntó:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita. ¿ Y tú quién eres?
- Soy el mosquito picadorcito.
- Pues, quédate a vivir conmigo.
Y empezaron a vivir los dos juntos.

Llegó corriendo el ratoncito roedorcito y preguntó:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita.
- Y yo, el mosquito picadorcito. ¿ Y tú quién eres?
- Yo soy el ratoncito roedorcito.
- Pues, quédate a vivir con nosotros.
Y empezaron a vivir los tres juntos.

Llegó, dando saltitos, la ranita croadorcita y preguntó:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita.
- Y yo, el mosquito picadorcito.   
- Y yo,  el ratoncito roedorcito. ¿ Y tú quién eres?
- Yo soy la ranita croadorcita.
- Pues, quédate a vivir con nosotros.
Y empezaron a vivir los cuatro juntos.

Llegó presuroso el lebrato saltador y preguntó:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita.
- Y yo, el mosquito picadorcito.
- Y yo, el ratoncito roedorcito.
- Y yo, la ranita croadorcita. ¿ Y tú quién eres?
- Yo soy el lebrato saltador, que brinca a más y mejor.
- Pues, quédate a vivir con nosotros.
Y empezaron a vivir los cinco juntos.

Pasó por allí la zorra conversadora y preguntó:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita.
- Y yo, el mosquito picadorcito.
- Y yo, el ratoncito roedorcito.
- Y yo, la ranita croadorcita.
- Y yo, el lebrato saltador, que brinca a más y mejor. ¿ Y tú quien eres?
- Yo soy la zorra conversadora.
- Pues, quédate a vivir con nosotros.
Y empezaron a vivir los seis juntos.

De pronto, se presentó el lobo, y preguntó feroz:
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita.
- Y yo, el mosquito picadorcito.
- Y yo, el ratoncito roedorcito.
- Y yo, la ranita croadorcita.
- Y yo, el lebrato saltador que brinca a más y mejor.
- Y yo, la zorra conversadora. ¿ Y tú quién eres?
- Yo soy el lobazo, detrás de la matas cazó.
- ¿ Ehh!, exclamaron todos.
- Es decir, cazaba.
- Pues, quédate a vivir con nosotros.
Y empezaron a vivir los siete juntos.

Llegó el oso furioso y perezoso y llamó a la puerta.
- ¿ De quién es esta casita tan bonita? ¿ Quién vive en ella?
- Yo, la mosquita golosita.
- Y yo, el mosquito picadorcito.
- Y yo,  el ratoncito roedorcito.
- Y yo, la  ranita croadorcita.
- Y yo, el lebrato saltador, que brinca a más y mejor.
- Y yo, la zorra conversadora.
. Y yo, el lobazo detrás de las matas cazo... es decir, cazaba. ¿ Y tú quién eres?
- Yo soy vuestro opresor mayor  y vuestra casa mía será.
- Eso crees tú, exclamaron todos.
Y al punto se pusieron a defender la casita de todos, hasta que el oso furioso y perezoso dijo:
- Me rindo, me rindo. ¿ Podrían perdonarme y dejarme vivir con ustedes?
Mucho reflexionaron los siete animalitos antes de decidir:
- Pues, quédate a vivir con nosotros.
Y empezaron a vivir los ocho juntos.


El leñador y el Espíritu de las aguas

A un leñador se le cayó su hacha en un río, y apenado se puso a llorar.
El Espíritu de las aguas se compadeció de él y presentándole un hacha de oro le preguntó:
- ¿ Es ésta tu hacha?
El leñador respondió:
- No, no es la mía.
El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de plata.
- Tampoco es ésa, dijo el leñador.
Entonces el Espíritu le presentó su propia hacha de hierro. Viéndola, el leñador exclamó:
- ¡ Ésa es la mía!
Para recompensarlo por su honradez, el Espíritu le dio las tres hachas.

De regreso a su cas, el leñador mostró su regalo, contando su aventura a sus amigos.
Uno de ellos quiso probar suerte; fue a la orilla del río, dejó caer un hacha y rompió a llorar.
El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de oro y le preguntó:
- ¿ Es ésta tu hacha?
El amigo del leñador, lleno de alegría, respondió:
- Sí, sí, es la mía.
El Espíritu no le dio el hacha de oro ni la suya de hierro, en castigo de su mentira.

León Tolstoi


El bagrecico

Un viejo bagre, de barbas muy largas, decía con su voz  ronca en el penumbroso remanso del riachuelo: " Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto"
Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contoneándose orgullosamente. Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. " ¿ Ese viejo conoce el mar!"
Tanto oírlo, un bagrecico se le acercó una noche de luna y le dijo: " Abuelo, yo también quiero conocer el mar".
- ¿ Tú?
- Sí, abuelo.
- Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.
Vivían en ese remanso de un riachuelito de la Selva Alta del Perú, un riíto con lecho de piedras menudas y delgado rumor. Palmeras y otros árboles, desde las márgenes del remanso, oscurecían las aguas. Esa noche, en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por la luna, el viejo bagre enseñó al bagrecico cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano mar.
Y cuando el riachuelo se estremecía con el amanecer, el bagrecico partió aguas abajo. " Tienes que volver", le dijo, despidiéndolo el viejo bagre, quien era el único que sabía de aquella aventura.
El bagrecico sentía pena por su madre. Ella, preocupada porque no lo había visto todo el día, anduvo buscándolo. " ¿ Qué te sucede?", le preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco de la orilla, una de sus tantas casas.
- ¿ Usted sabe donde está mi hijo?
- No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver. Seguramente ha salido a conocer el mundo.
- ¿ Y si alguien lo pesca?
- No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la madre. Torna a tu casa... El muchacho ha de volver.
La madre del bagrecico, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó a su casa.
El bagrecico, mientras tanto, continuaba su viaje. Después de dos días y medio entró por la desembocadura del riachuelo en un riachuelo más grande.
El nuevo riachuelo corría por entre el bosque haciendo tantos zigzags, que el bagrecico se desconcertó. " Este es el río de las  mil vueltas que me indicó el abuelo", recordó... Su cauce era de piedras y, partes, de arena, salpicado de pedrones, sobresaliendo de las aguas con plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas pozas se abrían en los codos con multitud de peces de toda clase y tamaño; sonoras corrientes... El bagrecico seguía, seguía ora nadando con vigor, ora dejándose llevar por las corrientes, con las aletas y barbitas extendidas, ora descansando o durmiendo bajo el amparo de las verdes cortinas  de limo...
Se alimentaba lamiendo las piedras , con los gusanillos que había debajo de ellas o embocando los que flotaban en los remansos.
- ¡ De lo que me escapé!- se dijo temblando. En una poza casi muerde un anzuelo con carnada de lombriz... iba a engullirlo, pero se acordó del consejo del abuelo: " antes de comer, fíjate bien en lo que vas a comer"; así, descubrió el sedal que atravesando las aguas terminaba en la orilla, en las manos del pescador, un hombre con aludo sombrero de paja...
Los riachuelos de la Selva Alta del Perú son transparentes; de ahí que los peces pueden ver el exterior.
El incidente que acababa de sucederle, hizo reflexionar al viajero con mayor seriedad sobre los peligros que le amenazaban en su larga ruta; además de los pescadores con anzuelo, las pescas con el barbasco venenoso, con dinamita y con red; la voracidad de los martín pescadores y de las garzas... también de los peces grandes. Aunque él sabía que los bagres no eran presas apetecibles para dichas aves, por sus aletas enconosas; ellas prefieren los peces blancos, con escamas...
Con más cautela y los ojos más abiertos prosiguió el bagrecico su viaje al mar.
En una corriente colmada de luz de la mañana límpida, una vieja magra, toda arrugas, metida en las aguas hasta las rodillas pescaba con las manos, volteando las piedras. El bagrecico se libró de las garras de la pescadora, pasando a toda velocidad... " ¡ La misma muerte!", se dijo, volviendo a mirar, en su carrera, a la huesuda anciana, y ésta le increpó con el puño en alto: "¡ Bagrecico bandido!"
Dentro del follaje de un árbol añoso, que cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón de pájaros. El bagrecico, con las antenas de sus barbas, percibió las melodías de esos músicos y poetas de los bosques, y se detuvo a escucharlos.
Después de una tormenta, que perturbó la selva y el riachuelo, oscureciéndolos, el viajero ingresó en un inmenso claro lleno de sol; a través de las aguas ligeramente turbias distinguió un puente de madera, por donde pasaban hombres y mujeres con paraguas. Pensó: " Estoy en la ciudad que el riachuelo de las mil vueltas divide en dos partes, como me indicó el abuelo...". " ¡ Ah, mucho cuidado!", se dijo luego, ante numerosos muchachos que, desde las orillas, se afanaban en coger con anzuelos y fisgas los peces que, en apretadas manchas, se deslizaban por sobre la arena o lamían las piedras, agitando las colas.
El bagrecico salvó el peligroso sector de la ciudad con bastante sigilo. En la ancha desembocadura del riachuelo desaparecían, encrespadas, en un río quizá cien, docientas veces más grande que su humilde riachuelo natal. Permaneció indeciso un rato... luego se metió con coraje en las fauces del río.
Las aguas eran turbias y corrían impetuosas... Peces gigantes, con los ojos encendidos, pasaban junto al bagrecico, asustándolo. " No tengo otro camino que seguir adelante", se dijo, resueltamente.
El río turbio, después de un curso por centenares de kilómetros de tupida selva, entregaba bruscamente sus aguas a otro mucho más grande. El bagrecico penetró en él ya casi sin miedo.
Se extrañó de escuchar un vasto y constante runrún musical. Débese a la fina arena y partículas de oro que arrastran las violentas aguas del río.
En las extensas curvas de este río caudaloso hierven terrible remolinos que son prisiones no sólo para las balsas y canoas que, por descuido de los bogas, entran en ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo, nuestro vivaz bagrecico los sorteaba manteniéndose firme a lo largo de las corrientes que pasan bordeándolos.
Cerros de sal piedra marginan también, en ciertos trechos, este río bravo. Blancas montañas resplandecientes. Al bagrecico se le ocurrió lamer una de esas minas durante una media hora, luego reanudó su viaje con mayor impulso.
Un espantoso fragor que venía de aguas abajo, le aterrorizó sobremanera. Pero él juzgó que, seguramente, procedía de los "malos pasos", debidos al impresionante salto del río por sobre una montaña, grave riesgo del cual le habló mucho el abuelo... A medida que avanzaba el estruendo era más pavoroso... ¡ Los malos pasos a la vista!... Nuestro viajero temerario se preparó para vencer el peligro... se sacudió el cuerpo, estiró las aletas y las barbitas, cerró los ojos y se lanzó al torbellino rugiente... Quince kilómetros de cascadas, peñas, aguas revueltas y espumantes pedrones, torrentes, rocas... El bagrecico iba a merced de la furia de las aguas... aquí, chocó contra una roca; allá, un tremendo oleaje le varó sobre un pedrón, pero con felicidad, otra ola le devolvió a las aguas...
Al término del infierno de los "malos pasos", el bagrecico, todo maltrecho, buscó refugio debajo de una piedra y se quedó dormido un día y una noche.
Se consideraba ya baquiano. Además había crecido, su pecho era recio, sus barbas más largas, su color, blanco oscuro con reflejos metálicos... No podía ser de otro modo, ya que muchos soles y muchas lunas alumbraron desde que salió de su riachuelito natal, ya que había cruzado tantos ríos, sobre todo vencido los terroríficos "malos pasos", los "malos pasos en que mueren o encanecen muchos hombres.
Así, convencido de su fuerza y sabiduría, prosiguió el viaje... Sin embargo, no muy lejos, por poco concluye sin pena ni gloria. A la altura de un pueblo cayó en la atarraya de un pescador, entre sábalos, boquichicos, corvinas, palometas, lisas; empero, el hijo del pescador, un alegre muchacho, lo cogió de las barbas y le arrojó desde la canoa, estimándolo sin importancia en comparación con los otros pescados.
Cerrado rumor especial, que conmovía el río, llamó un caluroso atardecer la atención del viajero. Era una mijanada, avalancha de peces en migración hacia arriba, para el desove. Todo el río vibraba con los millones de peces en marcha. Algunos brincaban sobre las aguas, relampagueando como trozos de plata en la oscuridad de la noche. El bagrecico se arrimó a una orilla fuertemente, contra el lodo, hasta que pasó el último pez.
En plena jungla, el voluminoso río desaparecía en otro más voluminoso. Así es el destino de los ríos: nacen, recorren kilómetros de kilómetros de la tierra, entregan sus aguas a otros ríos, y éstos a otros, hasta que todo acaba en el mar.
El nuevo río, un coloso, se unía con otro igual, formando el Amazonas, el río más grande de la Tierra. Nuestro bagrecico entró en ese prodigio de la Naturaleza a las primeras luces del día, cuando los bosques de las márgenes eran una sinfonía de cantos y gritos de animales salvajes... Allá, en el remoto riachuelito natal, el abuelo le había hablado también mucho del Rey de los Ríos.
Por él tenía que llegar al mar, ya él no daba sus aguas a otro río... No se veía el fondo ni las orillas... Era, pues, el río más grande del mundo.
" Debes tener mucho cuidado con los buques", le había advertido el abuelo. Y el bagrecito pasaba distante de esos monstruos que circulaban por las aguas, con estrépito...
Una madrugada subió a la superficie para mirar el lucero del alba, digamos mejor para admirarlo, ya que nuestro bagrecico era sensible a la belleza; el lucero del alba, casi sobre el río, parecía una victoria regia de lágrimas... después se hundió en las aguas, produciendo un leve ruido y leve oleaje.
Durante varias horas de una tarde lluviosa lo persiguió un pez de mayor tamaño que un hombre, para devorarlo. ..El pobre bagrecico corría a toda velocidad de sus fuerzas... corría... corría... de pronto columbró un hueco en la orilla, y se ocultó en él... de donde miraba a su terrible enemigo, que iba y venía y, finalmente, desapareció. Mucho tiempo viajó por el río más grande del planeta, pasando frente a puertos, pueblos, haciendas, ciudades, hasta que una noche con luna llena enorme, redonda, llegó a la desembocadura... El río era allí extraordinariamente ancho y penetraba retumbando más de cien leguas en el mar... "¡ El Mar!", se dijo el bagrecico, profundamente emocionado. "¡ El mar!". Lo vió esa noche de luna llena como un transparente abismo verde...
El retorno a su riachuelito natal fue difícil... Se encontraba tan lejos... Ahora tenía que surcar los ríos, lo cual exige mayor esfuerzo...
Con su heroica voluntad dominaba el desaliento... Vencía todos los peligros... Cruzó los "malos pasos" del río aprovechando una creciente, y, a veces, a saltos por sobre las rocas y pedrones que no estaban tapados por las aguas... En el riachuelo de las mil vueltas salvó de morir, por suerte. Un hombre en la orilla pedregosa encendía con su cigarro la mecha de un cartucho de dinamita, para arrojarlo a una poza, donde muchísimos peces, entre ellos nuestro viajero, embocaban en la superficie, con ruidos característicos, los millares de comejenes que, anticipadamente, desparramó como cebo el pescador... ¡No había escapatoria!... Empero, ocurrió algo inesperado... El pescador, creyendo que el cartucho de dinamita iba a estallar en su mano, lo soltó desesperadamente y a todo correr se internó en el bosque... Las piedras saltaron hasta muy arriba con la horrenda explosión... algunos pájaros también cayeron muertos de los ramajes.
La alegría del viajero se dilató como el cielo cuando, al fin, entró en el riachuelito natal, cuando sintió sus caricias... Besó, con unción, las piedras de su cauce... Llovía menudamente... Los árboles de las riberas, sobre todo los almendros, estaban florecidos... Había luz solar por entre la lluvia suave y dentro del riachuelo... El bagre, loco de contento, nadaba en zigzags, de espaldas, de costado, se hundía hasta el fondo, sacaba sus barbas de las aguas, moviéndolas en el aire.
Sin embargo en su pueblo ya no encontró a su madre ni al abuelo. Nadie lo conocía. Todo era nuevo en el remanso del riachuelito, ensombrecido por las palmeras y otros árboles de las márgenes. Se dio cuenta, entonces, de que era un anciano... En el fondo de la pozuela su voz ronca solía decir, contoneándose orgullosamente: "Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto".
Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración.
Un bagrecico, tanto oírlo, se le acercó una noche de luna y le dijo: "Abuelo, yo también quiero conocer el mar".
- ¿Tú?
- Sí, abuelo.
- Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.
Francisco Izquierdo Ríos


El potrillo cruza el río

Comenzaremos por mencionar que la familia equina está compuesta del papá caballo, la mamá  yegua y los hijitos machos llamados potrillos y las hijitas hembras llamadas potrancas. Como toda buena familia la de nuestro cuento era muy unida.

Todo comenzó cuando el potrillo por enésima vez insistió a su madre que ya era tiempo de que se le diesen algunos encargos para hacerlos solito. Pues bien, tanta insistencia alcanzó finalmente su deseo y un día la yegua le dijo:
- Mi querido potrillo hora es ya de que atienda tu deseo de ayudar. Quiero que vayas a la otra orilla del río llevándole esta leña a mi comadre, la vaca,  que es tan amable que siempre nos regala leche.
Grande fue la alegría del potrillo y se apresuró a cumplir el primer encargo de su corta vida. Antes de partir la yegua le aconsejó:
- Sólo te pido que tengas mucha prudencia al vadear el río.
- ¿ Qué cosa es vadear? - pregunto el potrillo que nunca dejaba pasar algo que no supiera.
-  Vadear es buscar en el río un sitio de fondo firme y poco profundo, donde la corriente no sea muy rápida, para atravesar por él sin peligro. No vayas a atravesar el río si no estás seguro de ello.
- Así lo haré, madre- dijo el potrillo. Y partió diligente a cumplir su primera tarea.
Pronto se encontró a orillas del río y antes de atravesarlo consideró prudente preguntar a alguien sobre el lugar más aparente. Viendo que por allí se encontraba un conejo a él se dirigió para preguntarle.
- Buenos días, señor conejo, ¿ me podría decir si es seguro cruzar el río por este lado?
- Ni por este, ni por ninguno. Este río es peligrosísimo y uno se hunde en sus aguas con tanta facilidad que es una temeridad intentar cruzarlo.- respondió trémulo el conejo.
- Ah, - pensó el potrillo- qué bien hice en preguntar. Será mejor que no intente cruzar el río.
A su casa volvía cuando se cruzó con el viejo buey, quien luego de responderle el saludo, le preguntó:
- ¿ Adónde llevas esa leña?
- La llevaba al otro lado del río a la vaca comadre de mi mamá. Pero, el conejo me ha advertido que es muy peligroso cruzar el río.
- Pues, el conejo está equivocado. Este río es muy fácil de cruzar. A pesar de mis años, yo lo hago siempre que voy a visitar a mis nietos, los hijos de la vaca. Vamos, cumple tu tarea. Y no te preocupes por lo que te ha dicho el conejo, que es un miedoso.
- ¿ Y ahora qué hago? - pensó el potrillo. ¿ A quién le creo?.
Por mostrar amabilidad y no ofender al buey, el potrillo explicó.
- Gracias, señor buey, así lo haré. Pero, antes tengo que volver donde mi madre porque, ahora que recuerdo, dejé algo en casa.
- Entonces, anda muchacho olvidadizo.
El caballito salió presuroso. Al verlo alejarse el señor buey exclamó. Esta juventud distraída, y lanzó un hondo suspiro mientras meneaba la cabeza... Después, se quedo quieto y muy serio, miró a uno y otro lados, y se interrogó a sí mismo: ¿ Y adónde es que iba yo?

Cuando la yegua vio que el potrillo volvía con la leña sin haberla entregado, se molestó.
- ¿ Qué ha sucedido? ¿ Así cumples tu primer mandado? ¿ Para eso me has reclamado tanto ser independiente?
- No te molestes, mamá - dijo el potrillo. He vuelto porque quiero hacerte una consulta,
Y contó a la yegua lo que le habían dicho el conejo y el buey sobre vadear el río.
La yegua dulcificó su expresión y sonriendo le dijo al potrillo.
- Hijo mío, ¿ y tú te has medido con los animales que te dijeron eso?
- No, madre.
- ¿ Y qué pasaría si lo hicieras?
El potrillo pensó un rato y contestó:
- Bueno, yo soy de la altura del buey y mucho más alto que el conejo. Yo no me hundiría donde se hunde el conejo.
- ¿ Entonces, hijo mío?
Pero esta última interrogante ya no pudo contestarla porque al galope el potrillo partió optimista y seguro a cumplir su primer mandado.

Y así fue como el potrillo cruzó el río.

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