martes, 10 de marzo de 2009

CUENTOS PARA CRECER II

Aprendiendo a mirar el mundo


Julio

La caña cantora

Una caña en el camino. ¡Una prenda para mi tesoro! . Aunque está llena de agujeros, la recojo. ¿Cómo qué la podré usar?... Por lo pronto...a la mochila...y a la escuela...Ya veré qué hago con ella.

Durante el recreo hago un cerrito de arena y en la cumbre voy a poner la caña que encontré, cuando aparece Quispe. Es un compañerito que vino de la Sierra.

- ¿Quién te dio esa quena? -me dice mientras se acerca- Es igualita a la que esta mañana perdí camino de la escuela.

- ¿Una quena? -pregunto intrigado- ¿Y para qué te sirve?. La recogí en el parque como una caña. Si es tu quena, ya la encontraste. Tómala.

Mi cerrito se queda triste con su cumbre vacía. Pero el rostro de Quispe se anima como nunca antes.

- Eres un buen amigo. Te voy a enseñar para qué sirve. Pero a tí nomás. Los otros se burlan y me gritan serrano. Como si fuera un insulto ser de la Sierra! Éste es un instrumento musical de mi pueblo. Tocaré para tí lo que mi papá me está enseñando.

Quispe lleva a sus labios la quena y un largo sonido se expande por el patio. No podemos evitar que se acerquen los curiosos. Menos mal que Quispe no se incomoda y continúa con la melodía. Mientras la escucho mi cerrito se vuelve un gran cerro cubierto de nieve; como la foto del Huascarán que mi papá me envió desde el callejón de Huaylas.

La música de Quispe corre como si fuera un río que regara nuestro patio de recreo y lo ilumina tanto como el sol de esa mañana... Lo que siento me hace pensar en el Antiguo Imperio del Sol: los poderosos incas de quienes la maestra nos ha hablado.

Quispe termina de tocar. Los compañeritos que nos rodean aplauden. Todos quieren tocar la quena. Quispe se esfuerza por atender a cada uno, pero no puede: ¿Cómo se ponen los labios? ¿Cómo se mueven los dedos?... Está orgulloso.

La campana nos dice que el recreo ha terminado. Pero no la historia de Quispe y su quena que continúa en el aula...

- Ernesto la encontró camino de la escuela; menos mal -cuenta, Quispe agradecido, con su dejo característico- Pero ya nadie se ríe de su entonación...

A pedido de la maestra toca para todos en el gran salón... La popularidad de Quispe y su quena me hace arrepentir de haberla devuelto. Debí quedarme con ella. Aunque no sabría decir para qué.

A la salida los compañeros comentan: "Quispe es de la Sierra" "Allí saben tocar la quena".

El comentario hace desaparecer mis dudas. Yo no la habría sabido tocar. Sin embargo regreso a mi casa mirando más que nunca el suelo... ¡Si pudiera encontrar otra quena perdida.


Agosto

Un ángel en la niebla

Ha amanecido tan nublado que en el parque todo se confunde y no se puede ver bien. Yo camino de memoria, a tientas, por los mismos senderos de todos los días. No obstante, por precaución, voy mirando el suelo. Un paquetito gris en el césped me detiene. Cuando lo recojo veo que es un monedero como el de mamá, y se nota que tiene dinero. Yo no quiero abrirlo. Miro alrededor por si diviso la silueta de quien lo ha perdido. Pero, hoy no es la excepción y, como siempre a estas horas, el parque está solitario. Busco, entonces, al guardián para entregárselo. "¿ No sería mejor llevárselo a mamá?... Aunque sé que lo que puede contener no nos vendría mal, estoy seguro que me ordenaría hacer lo que estoy haciendo".

Me saca de estos pensamientos, camino al guardián, una señorita que pasa corriendo y me esquiva para no atropellarme. La miro alejarse, aunque no mucho. Parece que ella, como yo, buscaba a la misma persona. Al aproximarme la veo hacer agitados ademanes y casi solloza al hablar. Al darse cuenta de mi presencia, el viejo guardián me regaña:
- ¡ Eh, tú, niño! ¿ Qué haces por aquí que no vas a la escuela?.

Yo comienzo a explicarle lo del monedero y no termino de hacerlo cuando veo iluminarse el rostro de la acongojada señorita, que se inclina y me da un beso en la mejilla y me dice, apretándome suavemente los brazos: "Eres un ángel". El guardián me palmea la cabeza y sonríe también.

La mañana no llega aún a clarear. Por el parque que desaparece entre las nubes bajas, posiblemente para los ojos de mis amigos me aleje como un ángel mientras sigo caminando hacia la escuela.

Setiembre

La tristeza de los geranios

Un joven se lamentaba: "No tengo dinero para regalarle un ramo de flores". ¡Que afligido se le veía!.

Muy cerca de él, rodeando su pena y escuchando sus quejas, vi a los humildes y sencillos geranios dándose a todos en el parque como siempre.

Con un guiño de complicidad, les pedí permiso. Hice un ramo de rojos, rosados y blancos y se lo llevé al acongojado galán.

Me miró ofendido. "Son sólo geranios -me reprochó- flores comunes. ¿Qué pensaría de mí si le regalase un ramo de flores tan vulgares?"... E inmediatamente aspiró hondo, abrió los brazos y se alejó alzando los hombros, resoplando como quien subraya en el aire una tontería.

Yo y los geranios nos quedamos mirándonos. Y me pareció que entristecían.

Entonces, recordé que mi maestra es como los geranios y, para que se olvidaran del desprecio, proseguí con ellos caminando hacia la escuela.

Octubre

Las laboriosas

De repente, en el suelo, un mancha inquieta alrededor de una miga de pan: son las hormigas.

¿Vienen o van? ¡Qué alborotadas están! ¿Tanto puede agitarlas una miga de pan?

Me arrodillo, las miro bien, y me doy cuenta que van. Van poco a poco, más y más empujando el pedacito de pan. Si unas se cansan , otras entran a reemplazarlas. Hacen su trabajo con tal orden y entusiasmo que quisiera ser amigo de alguna, conversar con ellas.

Pero, veo tan ocupadas a las presurosas que, luego de un tímido saludo al que no responden las atareadas, sigo -presuroso yo también- caminando hacia la escuela.


Noviembre

Los huidizos

En la fuente estoy del parque, camino de la escuela, en su límpido fondo inquieto por el ir y venir de los pececillos. Suben, bajan, se deslizan siempre escurridizos... Por un instante se quedan quietecitos ... Entonces mis manos traviesas pugnan por cogerlos... Pero, no hay forma de lograrlo! Ya no están donde estaban.

Espejismos en el espejo del agua, su presencia huidiza es casi una ilusión. Sin embargo allí están. ¡ Cómo quisiera que alguno se quedara más tiempo sin moverse!...

En el salón hay un compañerito que se porta como ellos. A cada rato la maestra tiene que pedirle que se siente. Pero él no hace caso. ¡ Y allí está donde ya no está!

El guardián me anuncia con su silbato que ha sorprendido mis trajines. Su sonido vibrante me hace levantar los cuadernos dejados en el suelo.

Aunque fuera del agua soy yo ahora un pez que se desliza escurridizo, y sigo caminando hacia la escuela.


Diciembre

La paloma herida

El siempre alerta silbato del guardián. Unos niños que pasan huyendo con hondas en las manos. Y al pie de un gran árbol una paloma caída. Corro a recogerla. Tiene un ala rota.

Severo el guardián se acerca y me reclama: "Trae acá eso, chico, anda a tu colegio".

Dócilmente le extiendo al herido animal que él acoge con hábiles manos.

- Le han quebrado el vuelo -dice contrariado.

Luego gira hacia mi curiosidad y mohino me insiste: "Anda a tu colegio".

Yo quiero obedecer pero algo me detiene. Algo que no es la escuela, ni el parque, ni el tiempo, ni el agua de la fuente, el charco o el arroyo.

-¿Te preocupa saber qué pasará con esta avecilla? -me interroga con súbito gesto comprensivo y dulce.

Yo asiento con la cabeza sin agregar palabra.

- La voy a cuidar para que se reponga y recupere el vuelo -me dice tranqulizador. Para las vacaciones estará nuevamente jugando entre los árboles.

Mis ojos se iluminan y una sonrisa agradece en mis labios la ternura del viejo guardián.

Para que no haya más palomas heridas prosigo caminando hacia la escuela.

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