jueves, 23 de febrero de 2012

VICIO

Ricardo Ráez

No hay nada más detestable que observar al que pasea hablando por celular. Sin ninguna necesidad se moviliza orondo y le cuenta a toda la sociedad su orgullo. A veces mira al piso preocupado o se agarra la cabeza para resaltar el dramatismo de la llamada. Burda coreografía prediseñada para llamar la atención de los que no poseen uno o de los que si lo tienen, pero anhelan que suene.
Estoy seguro que cuando ven esa imagen la mayoría de celuadictos realizan la rutina que más los caracteriza: sacan del bosillo el aparato, agachan la cabeza y ejercitan el dedo pulgar buscando la salvación.

Hace 15 años tuve, por primera vez un celular entre mis manos y antes que asombro por el desarrollo de la tecnología, sentí que un imán me arrastraba al inexplicable deseo de lucirme con el aparato. Primera y última conclusión: la mayoría de dueños de celular, observan el mundo a través de sus teléfonos.
¿Por qué la gente debe caminar de lado a lado cada vez que habla por el diabólico aparato? “Es por que soy inquieto”, “así fluyen mejor las ideas”, “lo que pasa es que hay mucho ruido”, “estoy tratando de captar una mejor señal”. Lo único cierto es que conscientemente o no, sacamos a relucir nuestro lado animal paseándonos con el teléfono. Como monos de zoológico cuando saben que hay gente observándolos.

El celular ya es parte indivisible de la sociedad. La clase media y alta han convertido sus reuniones en “convenciones celular”. En una velada cualquiera, gente sentada alrededor de una mesa conversando, riendo, no tienen por que conocerse todos, pero la mesita de centro apiña a todos sus teléfonos. Estacionados al borde de la mesa como en una ordenada playa de estacionamiento, los brillantes y pequeños modelos parecen retar a los antiguos, que ya empiezan a parecer obsoletos. La gente los admira y no puede pasar la noche sin que alguien saque a relucir el tema de las bondades de los nuevos modelos. Los orgullosos dueños comparan “bebes” y se emocionan describiendo las posibilidades como si estuvieran relatando el primer “mamá” del engreído.

Pero el peor momento del aparato es cuando suena. El efecto Matrix se apodera del ambiente y todo parece parar por una milésima de segundo, para que la mayoría de gente preste atención y reconozca a quien pertenece la timbrada. Varios tocan sus pantalones o revisan sus muertos celulares por si las moscas. Es peor cuando no se descubre al dueño del sonido, los celuadictos se desesperan y empiezan a verse las caras, tratan de ver a través de bolsos, no falta el que se aventura a dar la voz: “está sonando un celular”. Cunde la desesperación y he visto casos en que con total irrespeto un desesperado contesta un teléfono que no le pertenece con tal de salvar el próximo nivel, que es más trágico aún: la llamada perdida.

Por que cuando un adicto se enfrenta a llamadas perdidas enloquece. Es la oportunidad desperdiciada, lo que pudo ser (¿será Angelina Jolie o Monica Belluci?). Ni intente preguntarles quien podría ser, ya no responden, sólo se les ve absortos tratando de descifrar el número que los invocó. De ser conocido devolverán la llamada con alivio, el problema aparece cuando es un número desconocido o han llamado de un teléfono público, el lamento es desgarrador.

A mi enamorada la llamé varias veces de un celular prestado, nunca contestó por que había apagado el aparato. Casi dos horas después me llama desesperada, me hice pasar por otra persona mientras ella me reclamaba indignada por que llamaba tantas veces a su celular. Creo que le molestó más que yo fuera un NN que no tenía nada que comunicar, tal vez hubiera preferido hablar, caminar, lucir su lado animal.

Hay otro dato que hace del celular un aparato despreciable: el 90% de las llamadas que se reciben son intrascendentes, me refutarán diciendo que los otros medios también poseen información basura; pero no en el porcentaje de los celulares. Los adictos no pueden negar las famosas llamadas “¿Cómo estás?”, “¿Qué estás haciendo?”. Mensajes que han aumentado cuando apareció la posibilidad de enviar texto. Ya no es caro transmitir hueveo. Me tienta saber cuantos teléfonos reciben verdaderas emergencias en un año.

Los ingenuos creen que el celular eleva tu nivel social. Puede haber sido al principio en que el aparato estaba reservado a un limitado número de afortunados figuretis. Pero con el tiempo han habido promociones tan degradantes como en las que comprabas un pollo a la brasa y te regalaban un teléfono, o recuerdo haber leído “por 100 soles de gasolina reclame gratis un celular”.

Sin embargo hay una forma de lograr status con el aparato diabólico (definición del genial Edgar Guillén), cuando tienes línea ilimitada, cosa que sólo el 70% de celulares activos en nuestro país poseen (hay más inactivos, sin contar los clonados, cachineados, alterados genéticamente, etc). El resto son sólo miserables receptores. Me quedo con la imagen del celuadicto buscando en su celuagenda el número de otro adicto para llamarlo desde un teléfono público. Viva el RIN.

Ni hablar del tarifario, afanar con menos de cinco soles a una chica con celular: imposible, tratar de conversar con alguien: peor. De repente el celular es parte de ese complot general de las grandes empresas y medios para volvernos cada día más cojudos, hablar menos y concentrarnos más en la tecnología que en la comunicación. Las que siempre ganan son Telefónica, Bellsouth y Nextel.

Suena en el cine, en el teatro, en la combi, mientras duermes, mientras haces el amor, mientras cagas. Es el medio de comunicación que más se ha enquistado en la vida de los seres humanos. No hay lugar en el que no haya por lo menos una persona revisando o enviando mensajes o jugando. Con la cabeza gacha y el dedo meñique ejercitándose el adicto vive feliz. Me faltaría hablar de toda la gente que muere hablando mientras maneja, de todas las teorías acerca de las dañinas radiaciones emitidas por los aparatos y de todo el mercado alrededor de la nueva “generación celular”, pero lo extenso del tema hace que mi repudio contra el aparato crezca.

Hasta ahora me he salvado porque siempre lo admiré de lejos y eso me hizo inmune a su encanto. Al comienzo mi rechazo era de incredulidad pero luego que me di cuenta de su cualidad más obvia lo aborrezco: eres ubicable. No puedes desaparecer, no puedes encerrarte por un minuto y escapar del mundo. Tarde o temprano te encuentran. Para mí, que adoro fugar, eso es imperdonable.